El edificio era una cara, la cara estaba puesta en una cabeza, y era la cabeza del señor muy serio al que acudíamos para que nos defendiera. El señor muy serio abría su graaaan boca y nos aspiraba a su interior, donde olía distinto, diferente, un olor extraño y dulce que sólo notábamos en aquellas ocasiones.
joi, 12 noiembrie 2009
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